miércoles, 13 de mayo de 2015
Estudio bíblico de Hageo 2:10-13
Hageo 2:10-13
Como ya sabe, este libro se encuentra casi al final del Antiguo Testamento, que es la primera parte de La Biblia, la Palabra de Dios. Estamos en el capítulo 2 y hoy vamos a comenzar nuestro estudio en el versículo 10. Este es el cuarto mensaje que presentó el profeta Hageo.
Leamos el versículo 10 del capítulo 2 de Hageo:
"A los veinticuatro días del noveno mes, en el segundo año de Darío, vino palabra del Señor por medio del profeta Hageo, diciendo:"
Los oyentes habituales que sigue regularmente nuestro estudio recordarán que el mensaje anterior del profeta Hageo, portavoz escogido por Dios, fue presentado al pueblo israelita en el mes séptimo, el día vigésimo, que era un día especial de fiesta, en el año 520 A.C. El mensaje que hoy nos ocupa fue presentado el 24 de diciembre del año 520 también A.C. La fecha proviene del registro que se llevó a cabo durante el reinado de Darío, un gobernante gentil. En ese tiempo Israel no tenía ningún rey, tanto en el trono de Israel, como tampoco en el de Judá. Continuemos ahora leyendo los versículos 11 hasta el 13 de este capítulo 2 de Hageo:
"Así ha dicho el Señor de los ejércitos: Pregunta ahora a los sacerdotes acerca de la ley, diciendo: 12Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No. 13Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será."
El 24 de diciembre del año 520 A.C. Hageo, el profeta fue a los sacerdotes y les hizo dos preguntas muy concretas que fueron: Si aquello que es santo toca algo que es inmundo, ¿cambiará lo inmundo en algo santo? La respuesta de los sacerdotes fue un "no" rotundo. La segunda pregunta fue: Si lo inmundo toma contacto con lo que es limpio y santo, ¿lo inmundo cambiará lo santo y limpio en algo inmundo? Y la respuesta fue "sí."
Estas dos preguntas son muy importantes, y por lo tanto vamos a detenernos y considerar algunas cuestiones de trasfondo que nos aclararán el sentido de las mismas. Veamos cuáles son las motivaciones que rodeaban a las preguntas del profeta. Existían muchos aspectos de las actividades diarias del pueblo de Israel que no estaban contempladas, ni legisladas en sus detalles, por la ley de Moisés. Es decir, que surgían ciertas situaciones complicadas, o tenían que afrontar problemas bastante difíciles que se les presentaban en la vida diaria, algunos muy complejos, cuyas soluciones no estaban incluidas en la ley de Moisés. Por lo tanto no había respuestas adecuadas, ni soluciones legales justas ya que las leyes promulgadas por el líder Moisés no incluía ciertos temas. ¿Cómo entonces funcionó Israel bajo la ley de Moisés, aún cuando no había ninguna ley específica que daba respuestas a cierta situación?
La respuesta se encontraba en la Palabra de Dios. Aun antes de que muriera Moisés, hubo un caso que ilustra muy bien esta cuestión. En el capítulo 27 del libro de Números, se habla de las hijas de Zelofehad. La ley de Moisés dictaminaba que cuando un hombre moría, su hijo heredaba sus posesiones. Pues, bien, esa ley no contemplaba la situación de las hijas. Zelofehad no había tenido ningún hijo, pero sí tuvo muchas hijas. Cuando él murió, sus hijas quedaban sin herencia porque la ley de Moisés no contemplaba ese tipo de situación. Se presentaron ante Moisés y le dijeron: Reconocemos que la ley dice que los hijos varones deben heredar, pero nuestro padre no tuvo ningún hijo. Nosotras somos mujeres. ¿Qué nos dice acerca de nuestra situación, ¿se perderá la herencia? Moisés respondió sabiamente: "tengo que consultar este tema con el Señor". Así es que fue y consultó con el Señor. Es muy interesante observar que el Señor estaba del lado de esas valientes jóvenes, porque Dios reconoció los derechos de igualdad para la mujer. Dios dijo: cuando se dio esta ley, Yo dije hijos; pero, eso implicaba a los hijos y a las hijas. Por tanto, las hijas de Zelofehad hablaron correctamente". Así es que se legisló una situación que no estaba contemplada en la ley, pero a partir de entonces en Israel ya no se excluía a las hijas como posibles herederas de los bienes de los padres.
Dios proveyó un protocolo adecuado para hacer justicia basada en Sus leyes y que fueron dadas a Moisés. Vamos a ver lo que establecía la ley de Moisés, porque también en los tiempos del profeta Hageo se presentaban situaciones muy similares a las que encontramos aquí en su libro profético; si surgía alguna cuestión que demandaba una respuesta legal y ésta no estaba contemplada en la Ley de Moisés, entonces se debía acudir a la presencia de los sacerdotes y requerirles a ellos un dictamen; la respuesta de los sacerdotes tenía toda la validez y autoridad comparable a las de la Ley de Moisés. En el libro de Deuteronomio, capítulo 17, versículos 8 al 9 leemos: Cuando alguna cosa te fuere difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de derecho legal y otra, y entre una clase de herida y otra, en negocios de litigio en tus ciudades; entonces te levantarás y recurrirás al lugar que el Señor tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del juicio.
Dios mismo escogió ese procedimiento para solventar los conflictos y problemas del pueblo de Israel. Continuamos leyendo los versículos 10 y 11 de ese capítulo 17 de Deuteronomio: Y harás según la sentencia que te indiquen los del lugar que el Señor escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que te declaren.
Por medio de sus palabras Dios quiso respaldar y confirmar que las sentencias dictadas por los sacerdotes tenían la misma validez que adquirían las leyes a partir de un veredicto, para casos específicos que traten con el mismo asunto. Ese era el método práctico de Dios.
En el texto que hoy estudiamos observamos que se presentó una situación similar. Había problemas específicos que no estaban contemplados directamente en la ley de Moisés, pero sí estaban incluidos los grandes principios morales, éticos y espirituales. Los sacerdotes, por lo tanto, tenían que conocer toda la Ley muy a fondo para poder juzgar con equidad y justicia. Cuando algo especial sucedía, algo que no estaba tipificado en la ley de Moisés, entonces la gente sabía que tenía que presentarse ante los sacerdotes y esperar la respuesta que tenía la validez de un veredicto. Suponemos que al pasar los años en la historia de esta nación, habrá habido más de una la ocasión cuando el pueblo tuvo que utilizar esta fórmula legal dada por Dios. Recordemos que el pueblo estuvo un largo período en cautividad; habían pasado setenta años en Babilonia, y sólo un pequeño remanente pudo regresar; Dios, para animar a su pueblo y mostrarle su gran amor, levantó a tres profetas que fueron sus portavoces. Estos profetas eran hombres completamente diferentes, de carácter y personalidad. Y el profeta que ahora estamos estudiando, Hageo, se destacó por su sentido práctico. Así fue como Dios envió a Hageo ante los sacerdotes para formularles dos preguntas sobre unos temas que no tenían un tratamiento específico dentro de la ley de Moisés.
Cuando el remanente del pueblo hebreo regresó, desplegaron entusiasmo y alegría para emprender las obras de reconstrucción y edificación. Pasaron quince años entre los escombros de Jerusalén, sitiados y observados por los enemigos que acampaban en las afueras de las murallas de la ciudad. Ese fue un pretexto añadido a su disculpa por no comenzar a edificar el templo. Se consolaban y justificaban a sí mismos porque habían perdido el sentido de la solidaridad; poco a poco se estaban hundiendo en la auto-satisfacción, acallando sus conciencias con el pretexto que: "No es todavía el tiempo de edificar la casa del Señor".
Fue entonces, cuando Hageo, enviado y portavoz del Señor les llevó a meditar sobre esa situación, y los animó a dar comienza a las obras de la casa de Dios. Ya mencionamos que algunos de las personas más ancianas, que habían visto el primer templo, comenzaron a llorar y a lamentar, diciendo: "Ese pequeño templo no vale nada". Pero la gente trabajó esforzadamente unos tres meses. Sin embargo, había un grupo de personas interesadas y calculadoras que no estaban participando con un buen espíritu y un corazón lleno de amor por Dios. Ese grupo de personas comenzaron a hacer reproches a Hageo, dominados por un espíritu egoísta. Dijeron a Hageo: "Tú nos dijiste que fuéramos a trabajar y construir el templo, y que Dios nos iba a bendecir. Nosotros hemos obedecido, pero Dios no está bendiciendo". De modo que, debido a esa situación tan delicada, Dios envió a Hageo ante los sacerdotes con esta doble pregunta, que fue en realidad una pregunta con un doble propósito. La primera pregunta que él hizo fue esta que encontramos en el versículo 12; leamos:
"Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No."
Lo que aquí se hace claro es que la santidad no se transfiere, ni se puede adquirir, no se "contagia", ni se puede absorber por ósmosis. La santidad no puede transmitirse a lo que es inmundo y sucio; algo que es limpio no puede ser transferido a algo que está sucio, inmundo, no funciona de esa manera. O sea que, la santidad no es se adquiere por contacto, ni por contagio. Un objeto que es santo no transfiere o no transmite virtud por medio de alguna conexión. Una persona santa no transmite virtud a otra persona. Veamos la aplicación de este concepto. Veamos lo que dice el versículo 17 de este capítulo 2 de Hageo:
"Os herí con viento solano, con tizoncillo y con granizo en toda obra de vuestras manos; mas no os convertisteis a mí, dice el Señor."
Dios estaba diciéndole al pueblo que ellos no se volvieron genuinamente a Dios. Regresaron a su tierra, pero no regresaron a Dios. Ellos continuaron practicando ciertos ritos, ofrecían sacrificios y ofrendas, y esperaban que Dios les bendijera por esas actitudes tan pías en apariencia. Así es que, debemos reconocer que la fe, no es como una crema embellecedora, o un elegante vestido con el que podamos aparentar algo que no somos en realidad. Dios siempre escudriñará los rincones más recónditos de nuestro corazón.
Estimado amigo oyente, nosotros podemos nadar en aguas santas, pero eso no nos convertirá en santos. Usted puede practicar ciertos ritos, pero eso no lo va a cambiar. Usted puede ser bautizado en el agua, y puede estar sumergido por un largo tiempo, pero eso no es lo que le va a cambiar. A veces hacemos mucho énfasis en realizar ciertos ritos y costumbres, a prácticas que nos parecen importantes. No queremos que usted nos entienda mal, amigo oyente. Creemos que el bautismo es un acto de fe muy importante. Pero usted no va a adquirir la santidad, por medio del bautismo. Continuemos con la segunda pregunta. El versículo 13 de este capítulo 2 de Hageo, dice:
"Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será."
Aparentemente, los sacerdotes no conocían su ley en profundidad, porque Dios había hablado sobre este tema en particular en el capítulo 22 del libro de Levítico, versículos 4 al 6, que dice: Cualquier varón de la descendencia de Aarón que fuere leproso, o padeciere flujo, no comerá de las cosas sagradas hasta que esté limpio. El que tocare cualquiera cosa de cadáveres, o el varón que hubiere tenido derramamiento de semen, o el varón que hubiere tocado cualquier reptil por el cual será inmundo, u hombre por el cual venga a ser inmundo, conforme a cualquiera inmundicia suya; la persona que lo tocare será inmunda hasta la noche, y no comerá de las cosas sagradas antes que haya lavado su cuerpo con agua.
Había una ley, pero ésta tenía una vigencia limitada de sólo un día. El tema de la pregunta tenía que ver con lo siguiente: ellos descubrieron que la inmundicia, lo sucio, lo manchado y vergonzoso sí se podía transferir; y que la impiedad podía extenderse. La inmundicia puede contagiar lo que es limpio y santo. Un corazón malo no puede hacer buenas obras. Una fuente de agua amarga no puede dar un líquido dulce y refrescante. No se puede recoger uvas de las espinas, ni higos de los abrojos.
Hay un silogismo en filosofía en el cual se comienza con cierta premisa. Hay una deducción mayor, una deducción menor, y una conclusión. Ahora, la deducción mayor es esta: "la santidad no es transmitida". La deducción menor es: "la inmundicia es transmitida". Ahora, ¿cuál es entonces la deducción de todo esto? Cuando lo santo y lo inmundo entran en contacto, ¿qué sucede? Bueno, ambos quedan contagiados y son inmundos. En el capítulo 3, versículo 12 de la epístola de Santiago, leemos: Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. Un acto, un rito, una ceremonia, no cambian el corazón del hombre; porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él - o sea - tal cual es el hombre. (Prov. 23:7). Una buena obra queda en realidad manchada cuando es realizada por un corazón malo. Ahora, Hageo estaba hablando de una ley ceremonial, pero amigo oyente, ese mismo pensamiento puede aplicarse a cualquier aspecto de la vida.
Permítanos mencionar algo aquí al terminar nuestro programa de hoy; vamos a terminar nuestras consideraciones sobre este pasaje bíblico dentro de unos instantes. En el mundo físico, o sea, en el mundo material, se puede ir a un laboratorio químico y tomar dos cubetas, una de ellas llena de agua limpia, la otra llena con el agua más sucia e inmunda que se pueda encontrar. Entonces, se puede echar un poco del agua limpia dentro de la cubeta del agua inmunda; ¿cuánta agua limpia tendremos que utilizar para que el agua sucia quede limpia? Bueno, sabemos que nunca obtendremos agua limpia por este método; el resultado será agua sucia, más transparente, pero jamás será limpia. También, si echamos una gota de esa agua inmunda en el agua limpia, inmediatamente, el agua limpia ha quedado contaminada.
Ahora, para comprender este concepto podemos mencionar otro ejemplo, en el área de la medicina. ¿Cómo se adquiere la enfermedad del sarampión? ¿Cómo se cura? ¿Acaso conoce a alguna madre que anima a su hijito a jugar con un amiguito enfermo de sarampión para que el suyo se contagie? ¿O se podrá curar alguien enfermo juntándose con una persona sana?
Bueno, lo mismo ocurre también en la esfera moral. Hemos hablado de la esfera material, la esfera médica, y la moral. En todas estas áreas, cuando algo limpio se acerca a algo sucio, o inmundo, lo sucio siempre transformará lo limpio en algo inmundo, o sucio.
Estudio bíblico de Hageo 2:5-9
Hageo 2:5 - 9
Hemos llegado al capítulo 2, y hoy comenzaremos con el versículo 5. Recordemos que el pueblo de Israel, al retornar a su tierra, se había olvidado de la promesa que en la cautividad había hecha a Dios; habían prometido reconstruir el Templo, la casa de Dios, que había sido destruida por los enemigos. Cuando el profeta Hageo, por mandato de Dios, reprochó al pueblo su olvido y su preocupación egoísta de construir y embellecer únicamente sus propias casas, la gente aceptó la reprimenda de Dios y se arrepintió. El pueblo recapacitó, y todos juntos emprendieron la tarea de edificar el Templo para Dios. En el programa anterior comentamos que los más ancianos estaban tristes, quejosos y muy molestos, porque ellos recordaban el esplendor y la magnificencia del primer templo construido por el rey Salomón. Al contemplar el desarrollo de las obras de la construcción todo les parecía pobre e insignificante. No se podía comparar la edificación del templo anterior, con esa otra obra. Pero Dios envió palabras de ánimo y aliento a través de Hageo a todos los sectores de la sociedad, para todas las personas, al líder político, el gobernante, al líder religioso, pero también para el pueblo llano. Pero, además de animarlos, Dios les dijo que debían esforzarse. Dios llegó aun más lejos, también les instó a que debían trabajar. Y para mostrarles que realmente Él, el Altísimo, el Todopoderoso, estaba pendiente de Su pueblo, les dijo: Porque yo estoy con vosotros, dice el Señor de los ejércitos. Vamos a continuar con el versículo 5. Leamos:
"Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis."
Ya habíamos mencionado que la presencia visible de Dios, la gloria de Dios, la Shekiná, se había alejado del primer templo, muchos años atrás. Creemos que podría haber ocurrido durante el reinado de Manasés, un rey malvado y corrupto. Es decir que, durante los últimos días del antiguo templo, éste no era más que un hermoso edificio, bien adornado, pero que en realidad ya no era un "templo", porque la presencia de Dios lo había abandonado. Pero ahora Dios les dijo: Mi espíritu estará en medio de vosotros. Dios les estaba indicando que, aunque este nuevo edificio no era espectacular, ni impresionante, sin embargo "Mi Espíritu estará con vosotros; estará entre ustedes. Así mi espíritu estará en medio de vosotros, no temáis.
Este pasaje bíblico nos revela algo muy importante; nos habla del ministerio del Espíritu Santo durante los tiempos del Antiguo Testamento, y del Nuevo Testamento. En aquella época, Él, el Espíritu Santo, estaba en el pueblo, entre el pueblo. Ahora, después de la ascensión de Jesucristo el Espíritu Santo mora en el creyente. Este es uno de los hermosos beneficios para el creyente en Cristo. Si ellos, el pueblo de Israel, no tenían ningún motivo para temer, porque el Espíritu de Dios estaba en su medio entonces, el hijo de Dios en el presente, tampoco debería temer. El Espíritu Santo mora "en" el creyente. Leamos los versículos 6 y 7 de este capítulo 2 de Hageo:
"Porque así dice el Señor de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; 7y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Señor de los ejércitos."
En primer lugar, debemos conocer y reconocer lo que Dios estaba diciendo, y cuál era su intención al mandar a decir estas palabras a Hageo. Dios estaba tratando de erradicar de sus mentes, de sus ojos y de sus corazones, aquello que era tan importante para la gente, sus problemas y situaciones próximas, tan limitadas en tiempo y espacio. Todos estaban tan centrados y ocupados con las pequeñeces de su vida, que se les escapaba lo mejor, es decir, habían olvidado que Dios tenía un plan para ellos, y que ellos eran parte del plan de Dios. A nosotros, con más conocimientos, nos resulta fácil leer sus historias y juzgarlos como gente de poca visión, con poco sentido de trascendencia; pero, también a nosotros nos ocurre lo mismo, nos cuesta mantener una perspectiva real y certera de nuestra vida como cristianos. Es como, por ejemplo, pegar nuestra nariz contra la ventana del presente, y no ver nada más allá. Podríamos compararlo con aquellas personas que ponen una pequeña moneda delante de un ojo, y con ello cubren el sol por entero. Bueno, la moneda es como el presente. Cubre o deberíamos decir, oculta el plan y propósito de Dios para nuestra vida. No nos deberíamos desanimar tan fácilmente cuando algunas situaciones no resulten como esperábamos. Debemos reconocer que Dios es soberano, y que para un hijo de Dios, "todas las cosas obran para bien" (Romanos 8, 28). Es decir, que muchas veces hay que confiar y esperar, porque el plan de Dios es perfecto, aunque el presente no nos parezca tan bueno, ni muy agradable.
Dios envió el mensaje que advertía que dentro de no mucho tiempo Él haría temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca. O sea que, Dios iba a actuar en juicio. Antes de concluir nuestro estudio de este corto libro de Hageo, veremos que Dios miró hacia el futuro y habló de la Gran Tribulación, el Día del Señor, y la venida, o regreso de Cristo a la Tierra, lo que será parte del Día del Señor, y el establecimiento del Templo, el templo del milenio.
El texto que tenemos ante nosotros es muy significativo. Dios dijo: llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Señor de los ejércitos.
Recordemos que en ese sitio, en primer lugar, estuvo el primer templo de Salomón. Después se construyó allí el templo de Zorobabel, y cuando fue destruido por Herodes, este mismo rey edificó otro templo, al que se le dio su nombre, el templo de Herodes. El templo de Herodes era en realidad parte de este segundo templo. Cuando leemos que el Señor Jesucristo entró en el templo, era precisamente este templo de Herodes. Ese templo también fue destruido, aun antes de finalizar su construcción, por Tito y sus ejércitos romanos en el año 70 D. C. En este lugar no se edificó ningún otro templo hasta el presente. En realidad, sobre ese mismo lugar se encuentra ahora, luciendo su bella cúpula dorada, la mezquita de Omar. El mundo árabe nunca permitirá que sea quitada su mezquita, porque ese es uno de los más importantes lugares sagrados del Islam. Los musulmanes veneran este lugar. Pero, según la Palabra de Dios, en un futuro, allí será edificado el templo al que se le llamará "el templo del período de la Gran Tribulación". Y después de este templo, vendrá el último, es decir, que allí se encontrará el templo del Milenio.
Para Dios, estos diversos templos sin embargo representan tan sólo uno. Aunque fueron unas construcciones muy diferentes en su estructura y aspecto, para Dios sólo fue y será "Su casa", Su Templo. Esa es la razón por la que Dios le mandó a decir a Hageo: Y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Señor de los ejércitos. El Altísimo, Él sacudirá y hará temblar a todas las naciones de la Tierra. Es difícil para nosotros creer que habrá más sacudidas, más temblores, de los que se han podido registrar en el siglo pasado. Tenemos que entender que aquí el profeta no sólo se refiere a los temblores naturales, los terremotos, los Tsunami o cualquier otro tipo de cataclismo producido por la naturaleza; se refiere a todo tipo de sacudidas y temblores, sociales, económicos, y también espirituales. El pasado siglo comenzó prácticamente con la primera guerra mundial. Ese terrible evento hizo temblar de angustia, terror, y mucho sufrimiento a todas las naciones del mundo, aunque muchos otros incidentes también sacudieron al mundo. Ocurrió una depresión a escala mundial, y una segunda guerra mundial. Después de esos trágicos eventos han habido otros muchos acontecimientos terribles sobre este planeta, incluyendo la complicada situación energética producida por el petróleo. Todos esos eventos han afectado y sacudido a la economía de las naciones. Pero, al estudiar la Palabra de Dios podemos deducir que todo lo anterior es una minucia comparada con "el sacudir y el temblor" que Dios provocará en un futuro que sólo Él conoce y determina. Dios dijo: Llenaré de gloria a esta casa. Creemos que la gloria de Dios, la Shekiná, vendrá con Cristo, cuando Él regrese por segunda vez a la Tierra. Creemos que esa es la interpretación correcta de la afirmación que Jesucristo hizo en el famoso discurso o "Sermón del Monte". Él dijo: Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo. Y a continuación, en el siguiente versículo, Cristo habló de "la gloria del Señor". Volviendo ahora a libro de Hageo, en la primera parte del versículo 7, leemos:
"Ay haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones"
Desde el mismo comienzo de la primera iglesia cristiana, los comentaristas y estudiosos bíblicos interpretaron el título de "el deseado de todas las naciones", como una clara referencia a Cristo. Pero, ¿es Cristo "el deseado de todas las naciones"? Reconocemos que, para aquellos que esperamos el regreso de Cristo, este es un pensamiento que nos da esperanza y ánimo. En muchas partes del mundo las naciones anhelan encontrar a un líder fuerte y capaz de resolver los problemas casi "milagrosamente" y liderar al pueblo hacia una sociedad de bienestar que erradique los males que aquejan a este planeta Tierra. El escenario mundial está esperando a un personaje carismático, capaz de coordinar los esfuerzos de muchas naciones en pro de la paz, la protección del medio ambiental, la distribución justa de los recursos de este planeta que erradicaría el hambre de millones de seres humanos, etc. El mundo entero apoyaría a un personaje que libertaría, con sus promesas, trabajo y logros, a las naciones necesitadas. Según la Palabra de Dios, llegará ese día, pero será el Anticristo. El Anticristo, el Mesías de este mundo, el supuesto salvador de las naciones, a éste sí le aceptarán cuando él venga. No creemos que las naciones esperan el regreso del Señor Jesucristo, ni siquiera aquellas que ostentan "un notorio arraigo cristiano".
Este pasaje presenta de una manera muy clara al personaje a quién se está refiriendo. Volvamos a leer los versículos 7 y 8 de este capítulo 2 de Hageo:
"Y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Señor de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice el Señor de los ejércitos."
Ahora, ¿qué es lo que desean todas las naciones? Bueno, todas las naciones necesitan un respaldo económico, en reservas de oro, en recursos naturales, en fuentes de energía, etc. Ninguna nación tiene suficiente estabilidad económica, y muchas guerras se han llevado a cabo para ganar poder y obtener más recursos, "en oro y plata". En la construcción del primer templo se utilizó entre 5 a 20 millones de dólares, unos 3 a 18 millones de Euros, en metales preciosos de oro, plata y joyas. Al leer el relato en el libro de Reyes y en el libro de Crónicas, nos damos cuenta de que en su día, el rey Salomón había acaparado "el mercado del oro" de aquella época. Salomón tenía mucho oro, y éste fue utilizado para decorar el primer templo. Quizá usted recuerda la historia en la que ciertos embajadores llegaron a la corte del al rey Ezequías, y éste les mostró, orgulloso y ostentosamente, todo lo que tenía; imprudentemente mostró todas sus riquezas, los tesoros que habían pertenecido al primer templo de Salomón. A su regreso, estos embajadores informaron al rey Nabucodonosor de los asombrosos tesoros que habían visto en la corte de Exequias, y esa fue la razón por la cual Nabucodonosor estaba ansioso de conquistar y hacer suyo ese lugar. Al final de la lucha, el oro fue llevado a Babilonia.
Cuando se comenzó a reedificaron el templo, llamado el templo de Zorobabel, el pueblo no tenían oro, ni tampoco había plata, y por lo tanto, la decoración y los adornos eran muy sobrios y sencillos. Esa fue la razón principal por la cual algunos de los más ancianos estaban quejosos al recordar con nostalgia el maravilloso primer templo. Muchos de las personas más ancianas habían visto esta fantástica construcción, había adorado a Dios en sus atrios, y no podían olvidar el esplendor de las fiestas principales y todos los ritos y ceremonias tan significativas que entre esos muros habían celebrado. El Templo del pueblo de Israel era famoso, y todos se sentían orgullosos de su merecida fama y esplendor. La cruda realidad de la actual situación, de su pobreza y falta de medios, provocó una gran amargura, y mucho desconsuelo y tristeza entre los ancianos; con sus quejas y comentarios negativos llegaron a empañaron el ambiente festivo y alegre de los más jóvenes.
El mensaje que el profeta tenía de parte de Dios para el pueblo era claro: habrá una gloria mayor que la del oro y de la plata; Dios les prometió que en los días postreros, el templo volverá a ser adornado y embellecido. Leamos el versículo 9 de este capítulo 2 de Hageo:
"La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho el Señor de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice el Señor de los ejércitos."
El profeta, como portavoz de Dios, recordó al pueblo que El era, es y siempre será el dueño de todo, y que con toda autoridad Él podía afirmar: mía es la plata, y mío es el oro. Habrá abundancia de estos metales preciosos para adornar la casa de Dios, y con toda seguridad el Templo del Milenio será verdaderamente hermoso. "La gloria postrera de esta casa, prometió el Señor, será mayor que la casa anterior, y será incluso superior a la casa que el rey Salomón construyó para Dios. Y Hageo, el portavoz de Dios continuó diciendo: y daré paz en este lugar, dice el Señor de los ejércitos.
Para los turistas que tienen la oportunidad de visitar la ciudad de Jerusalén, visitar el lugar donde estuvieron ubicados los anteriores templos, es casi un punto obligado en su ruta turística. Sólo quedan del último templo las famosas Murallas de las Lamentaciones, un lugar sagrado para el pueblo judío. Dios ha prometido que en ese preciso lugar se logrará lo que las Naciones Unidas han intentado por muchos años, pero no han conseguido hasta ahora: un pacto de paz duradera. Cuando el Señor Jesucristo regrese a este planeta Tierra, Él traerá la PAZ. Las profecías nos describen un hermoso cuadro: Sus pies descansarán sobre el Monte de los Olivos, y cuando Él entre al lugar del Templo, entonces la verdadera paz vendrá a esta Tierra, porque Él es el Príncipe de Paz. De modo que la paz de la cual habló Hageo aquí en este pasaje significa finalmente eso. Creemos que ese es el significado, porque Cristo para cumplir la promesa que Dios hizo a Su pueblo en la ocasión de la construcción del templo, Seguramente, estimado oyente, recordará que los ángeles proclamaron a los pastores que descansaban junto a sus rebaños en los campos de Belén, que había nacido Aquel cuyo nacimiento traía "paz a los hombres de buena voluntad". Es decir, su venida traía paz a los hombres que tenían una correcta relación con Dios, que han reconocido y saben que sus pecados fueron perdonados. El Apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, capítulo 5, versículo 1, escribió: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Pero, además, hay una paz especial para el corazón del creyente, "la paz que sobrepasa todo entendimiento". La primera vez que Jesucristo vino a la Tierra vino para traernos esa clase de paz. Pero, la próxima vez que Él regrese a nuestro planeta, traer la paz mundial; será la clase de paz que este mundo desea, necesita y persigue, y que, a pesar de todos los esfuerzos, no ha podido obtener hasta el presente. Regresando a nuestro pasaje, estas últimas palabras del profeta Hageo se refieren al futuro, a los días finales, cuando se establezca el reino milenario sobre la Tierra. Por lo tanto, el significado del mensaje era que el pueblo debía mirar a ese templo que estaban construyendo, pero con la perspectiva del propósito final de Dios.
Y así es como nosotros también deberíamos mirar y contemplar las circunstancias que nos rodean, estimado oyente. Deberíamos evaluar y contrastar todas las situaciones de nuestra vida a la luz de la eternidad. Deberíamos observarlas a la luz de los propósitos que Dios tiene para usted y para mí.
Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? nos recuerda la Escritura. No permitamos que las circunstancias presentes nos aplasten y derroten. No debemos dejar que, por más difícil o casi insuperable que nos parezcan las circunstancias de nuestra vida, se adueñe de nosotros ese pensamiento de derrota, desaliento y fracaso.
Cuando el profeta Hageo escribió en el versículo 8: mía es la plata y mío es el oro, él estaba hablando de tesoros materiales, de bienes materiales. Él no estaba hablando de Cristo como si Él fuera el deseo de todas las naciones, sino que estaba hablando de la gloria postrera de la casa de Dios, el Templo.
Estimado amigo oyente: usted y yo podemos ejercitarnos y aprender a ver las circunstancias como Dios las ve. Hay una historia verídica de un predicador escocés que presentó su renuncia en su iglesia al final del año, y la junta de responsables le preguntó el motivo. El predicador contestó: "Bueno, no he tenido mucho éxito con mis sermones este año; solamente el niño Bobby Moffet ha aceptado a Jesucristo como su Salvador". Este predicador que creyó que había fracasado como líder espiritual y como predicador del Evangelio, no podía imaginarse que ese niño de corta edad iba a llegar a ser un gran misionero en África, y que probablemente hizo mucho más que el famoso David Livingston en abrir el continente de África a las misiones cristianas. Para Dios la vida y la obra de ese predicador no fueron ningún fracaso. Los planes y proyectos de Dios no siempre nos son conocidos, pero podemos aprender a confiar en que Él siempre buscará el bien de Sus hijos, aunque algunas veces nos cueste aceptar Sus métodos.
Estudio bíblico de Hageo 2:3-4
Hageo 2:3 - 4
vimos que este breve libro, de sólo dos capítulos, es eminentemente práctico y, aunque fue escrito hace 5 siglos antes de JC, contiene enseñanzas profundas que podemos aplicar en nuestra vida diaria.
El profeta Hageo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue el mensajero elegido para hacerle llegar al pueblo de Israel un mensaje de amonestación y reproche de parte de Dios. Mientras estuvieron en la cautividad como esclavos de los Babilonios, el pueblo habían prometido a Dios que si les devolviera a su tierra, ellos iban a reconstruir el templo que había sido destruido por los enemigos. Pero, después de su regreso únicamente se ocuparon de edificar, cuidar y adornar sus propias casas, y se olvidaron de sus promesas. Fue entonces que el profeta Hageo intervino, por mandato de Dios, y les habló severamente sobre su indolencia, olvido y egoísmo. Después de recriminarles su apatía por los asuntos relacionados con Dios y con la construcción de Su casa, se produjo un cambio drástico en el pueblo. Recapacitaron, se arrepintieron y pusieron manos a la obra. Se comenzó la construcción del templo, y el mismo pueblo que sólo unos días antes se había excusado diciendo "que no había llegado el tiempo apropiado o propicio", ahora reaccionó, porque Dios le dijo: Ha llegado el tiempo. Inmediatamente obedecieron a Dios y comenzaron a trabajar juntos en la edificación de la casa del Señor.
Las obras de la construcción iban avanzando; todo el pueblo colaboraba, pero comenzaron a surgir situaciones inesperadas que llegaron a desanimar a la gente. Algunos de las personas más ancianas tenían grabadas en su memoria el esplendor del primer templo, y recordaban la época cuando allí se erigía el templo de Salomón. Esa construcción era como una joya, hermosa en su construcción y valiosa por sus preciosos adornos. Mencionábamos en el programa anterior que hoy ese edificio podría costar, un equivalente entre 5 y 20 millones de dólares. Entre los materiales utilizados había una enorme cantidad de piedras preciosas, de oro, plata, y maderas y metales valiosos.
Según leemos en el texto bíblico, el edificio que se comenzó a levantar estaba hecho en gran parte de las maderas que tuvieron que bajar de las cercanas montañas. Este templo era completamente diferente, no iba a ser un gran edificio, desde el punto de vista arquitectónico. Por su sencillez, la casa de Dios no resultaba nada impresionante. Eso fue la causa del descontento; los ancianos comenzaban a llorar y a gemir, inmersos en sus amargos recuerdos al rememorar el esplendor y la hermosura deslumbrante del templo anterior. Sin embargo, los jóvenes estaban felices, regocijándose, y llenos de júbilo. Había un gran abismo de separación entre estas generaciones. Los ancianos, curtidos por el tiempo y las terribles experiencias en la cautividad, recordaban con melancolía los pasados tiempos, que según ellos, habían sido mejores que los presentes. Pero la juventud sólo veía su presente, anhelaba disfrutar la libertad y la oportunidad de volver a construir un porvenir.
Esa situación de descontento y crítica interna llegó a dañar el ánimo y la perseverancia de aquellos que estaban involucrados en la construcción; era como un cubo de agua fría, que empañaba el espíritu festivo con el que emprendían las obras del nuevo templo. Las quejas, los lamentos y las críticas de los ancianos causó impacto entre la gente, y el entusiasmo inicial, por el empuje del profeta Hageo, estaba desapareciendo. Pero Dios no era indiferente ante esa situación contradictoria, y le dio una palabra específica a Hageo para que la transmitiese a Su pueblo. Vamos a leer el versículo 3 del capítulo 2 del libro de Hageo:
"¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?"
Dios vio que ellos estaban comparando los dos templos, el que había construido Salomón con gran esplendor y derroche de adornos, una obra de arte que causó la admiración y la envidia de los pueblos vecinos, y ahora éste nuevo templo, más sencillo, sin grandes pretensiones; no podría compararse el uno con el otro.
Dios, que conocía bien los corazones, intervino por medio de su mensajero Hageo. Les dio la razón, en que no se podía comparar una casa con la otra, una circunstancia pasada, con las condiciones actuales a las que ellos enfrenaban. Sigamos leyendo el siguiente versículo 4:
"Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos."
Qué versículo maravilloso, y qué mensaje tan tierno y preocupado. Fue una palabra de ánimo y aliento de parte de Dios, el que les transmitió Hageo. El desafío de Dios fue un reto doble. Tres veces dijo Dios: Esfuérzate. Él envió esa palabra al gobernante Zorobabel: Esfuérzate. Igualmente al líder religioso le envió el mensaje: Esfuérzate. Y al pueblo, también lo nombró, para que Hageo le transmitiera el mensaje "cobrad ánimo". Dios quería que nadie se sintiera excluido por diferente que fuese su condición, o situación: todos tenía que esforzarse, desde el gobernante, pasando por la más alta jerarquía religiosa, hasta el pueblo más llano, ¡esforzaos! Dios tenía tal preocupación por Su pueblo que le envió un mensaje tan sencillo, expresado de una manera tan cercana y cariñosa.
Ahora, el Apóstol Pablo también escribió unas palabras de mucho aliento en su epístola a los Efesios. En un mundo tan grande, tan complicado y conflictivo que nos ha tocado vivir, ¿qué puede servirnos de aliento, estímulo y ánimo? Los hijos de Dios, los que hemos creído en el Señor Jesucristo, muchas veces desfallecemos al sentir que "nadamos contra corriente", nos agotamos en el esfuerzo de mantener nuestra ética cristiana; creemos que somos pocos en número, en medio de una sociedad post-cristiana y post-moderna. ¿Cuál es la respuesta para esa circunstancia? Aquí tenemos la respuesta de Dios, por medio del apóstol Pablo que escribió en el capítulo 6, versículo 10: Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. (Ef. 6:10). Esa advertencia, o consejo de Pablo es vital para cada hijo de Dios: nosotros no podemos hacer nada por nuestras propias fuerzas, deseos o voluntad. Pero es el poder de Dios, quien quiere y puede hacer mucho. Fortaleceos en el Señor. ¡Que maravilloso descanso! Encontramos ese mismo pensamiento en la epístola a los Hebreos, capítulo 11, versículo 34: Apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.
Dios, a través de toda la historia de la humanidad ha usado a personas débiles y situaciones que humanamente estaban perdidas para mostrar Su poder y gloria. Dios no busca, o necesita espaciosos edificios, bien adornados, esas grandes y hermosas catedrales con magníficas obras de arte. La grandiosidad de un templo no garantiza de que todos los que asisten a algún servicio religioso genuinamente asisten para acercarse a Dios, o sientan un profundo deseo de conocerle más y mejor.
De modo que, estimado amigo oyente, en el estudio que hoy nos ocupa encontramos una palabra de aliento: podemos, y debemos, ser fortalecidos en el Señor. El Apóstol Pablo también hizo la misma recomendación cuando escribió al joven predicador Timoteo, en el capítulo 2, versículo 1 de su segunda epístola a Timoteo: Tu, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Timoteo era un hijo espiritual de Pablo, pero Pablo le recordó, que como un hijo de Dios, debía esforzarse, pero que la fuerza y la gracia estaban en Jesucristo. Hay muchas personas que repiten una y otra vez: "Sí, soy un hijo, una hija de Dios, pero en realidad soy tan insignificante, no soy nadie, tengo poco y soy poca cosa; mi trabajo y mi vida son insignificantes, lo que hago no tiene mayor trascendencia". Estimado amigo oyente, si usted piensa en estos términos de sí mismo, y de su vida, entonces tenemos buenas noticias. El enemigo de su alma, el diablo, está sembrando semillas de incredulidad y desconfianza en su mente y corazón. El único que es capaz para determinar nuestro valor, es Dios, quien utiliza una vara de medir distinta a la que usamos nosotros cuando evaluamos o juzgamos a un persona.
Dios tiene una escala de valores muy distinta a la nuestra y Su regla de medir es completamente diferente. Él no juzga el tamaño, o la importancia de lo que hacemos para Él; a Dios no le podemos impresionar con nada de lo que hagamos. Dios ve en lo profundo de nuestro corazón y conoce la verdad sobre nosotros, Sus hijos amado. A Dios lo que verdaderamente Le importa es lo que el apóstol Pablo explicó tan claramente en la Primera carta a los Corintios, capítulo 16, versículo 13: Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. (1 Corintios 16:13). Pablo estaba hablando a los creyentes en Corinto, a personas muy nuevas en la fe de Jesucristo, a las que comparó con niños recién nacidos, lactantes, que sólo pueden recibir "leche espiritual"; es decir, que sólo comprendían los temas más básicos de la Fe. Pablo les estaba animando a salir de sus cunas y que crecieran, para llegar a ser fuertes en el Señor. ¡Cómo necesitamos en nuestros días a creyentes en Jesucristo, maduros, equilibrados, con los pies en la tierra, pero con el corazón y la mente en los asuntos de Nuestro Padre Celestial! El apóstol volvió a escribir en su segunda epístola a los Corintios, capítulo 10, versículo 4: Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. (2 Corintios 10:4).
Estimado amigo oyente, ¿sabía que cuando nos sentimos débiles, insuficientes o poca cosa para enfrentar los retos de la vida, Dios ha prometido que Él tomará el control, el timón de nuestra barca, y nos puede hacer fuertes y valientes? El Dr. McGee, autor de los manuscritos originales de este programa comentó muchas veces: "yo le he dicho al Señor muchas veces: "Dios, si las personas que acuden al estudio bíblico renueven su fe y compromiso contigo, es porque Tú los convenciste, porque Tu obraste. Sólo Tú puedes lograrlo, porque Tú y yo sabemos, que yo no puedo hacer nada, me siento incapaz para convencer a nadie". El Apóstol Pablo, continuó diciendo en su Segunda epístola a los Corintios, capítulo 10, versículos 5 y 6:"Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta."
Los hijos de Dios debemos mostrar nuestro amor a Dios ejercitando continuamente nuestra obediencia total a Sus mandatos, a Sus leyes, a Su Pacto con nosotros, Sus hijos. Por ello, una y otra vez, la Palabra de Dios nos recuerda que debemos "esforzarnos". Y Dios envió este mismo mensaje a Su pueblo, por el profeta Hageo, reconociendo que el templo que estaban construyendo no era tan impresionante como el anterior, tan magnífico y deslumbrante. Dios les dijo: "Yo sé todo eso, sólo te mando que te esfuerces. Ese es mi reto". Dios reiteró ese mandato tres veces, para darle toda la importancia que para Él tenía, pero añadió algo más.
Continuó diciendo: Y trabajad. Dios encarga a cada hijo suyo una tarea, algo para hacer, algo que Le glorifique, algo que ayude a extender el Reino de Dios en esta Tierra. Quizá nos pueda parecer que la obra o tarea de otro cristiano es más importante, más glamorosa, más interesante. Pero sólo será Dios quien determine quién está haciendo la mejor obra. La Palabra de Dios enseña que cuando lleguemos al Cielo, veremos que muchas personas a las quizá en la Tierra considerábamos como pequeñas e insignificantes, allí nos sorprenderá por la importancia que Dios les dará. El Dios Todopoderoso es el único que puede juzgar y determinar la importancia real de cada persona y de su obra. En el Cielo, en la presencia de Dios, nos llevaremos más de una sorpresa, porque Dios ve y evalúa con otra métrica que no tiene nada que ver con la nuestra.
¿Sabe, amigo oyente? Algún día, cuando Dios lo estime oportuno, llegaremos a la misma presencia de Dios. Allí se nos revelarán muchos misterios, y recibiremos el premio a nuestra fidelidad y obediencia, la "corona de la vida". Pero allí también se revelará si fuimos fieles a la comisión, o la obra que Dios nos había encomendado. Dios espera que todos Sus hijos sean fieles testigos en medio de sus familias, o en medio del entorno profesional; a algunos el Señor los llama a tareas más visibles, y a otros les encomienda trabajos más discretos. Pero un día recibiremos el premio de nuestra fidelidad, y Dios evaluará nuestra obediencia en lo grande, y en lo pequeño. Y, amigo oyente, creemos que nuestros ojos van a ser abiertos, para ver con los ojos de Dios, el día cuando estemos ante la presencia del Señor. Él mandó claramente: Esfuérzate y trabajad. ¡Seamos fieles en la obra que Dios nos ha dado para hacer!
Y este versículo 4 del segundo capítulo de este libro de Hageo que estamos estudiando termina con esta hermosa palabra de ánimo y de estímulo: Porque yo estoy con vosotros, dice el Señor de los ejércitos.
Hay muchos pensamientos en este interesante capítulo dos, especialmente en esta frase que ahora estamos leyendo; y vamos a dedicarle algún tiempo. Porque yo estoy con vosotros, dice el Señor de los ejércitos.
Debemos recordar que la Gloria de Dios se había apartado del primer templo, de ese hermoso e impresionante templo construido por el rey Salomón; eso ocurrió algún tiempo antes de la destrucción de la casa de Dios. Creemos que el alejamiento de Dios de Su templo ocurrió durante el reino de Manasés. Este gobernante era un hombre depravado y vicioso, y durante su reino la nación de Israel tocó fondo, descendió al abismo más profundo. La gloria de Dios, la Shekiná, la visible presencia de Dios, se apartó unos 125 años antes de su destrucción por los babilónicos. Los ancianos que recordaban la gloria del primer templo sólo pensaban en el esplendor exterior del templo, pero la Gloria de Dios ya había abandonado el templo mucho tiempo antes.
En la actualidad, en Jerusalén, en el mismo lugar donde hace muchos siglos se encontraba enclavado el templo, se ha edificado la mezquita de Omar, que tiene una espectacular cúpula dorada. A los visitantes que llegan a Jerusalén les deslumbra el destello de esa cúpula. Se puede apreciar toda la belleza de esa mezquita desde el Monte de los Olivos, desde Sion. Al observar esa impresionante mezquita musulmana, la imaginación nos lleva a pensar en la magnificencia e importancia del templo que ocupó en siglos pasados ese mismo lugar, incomparable con ninguna otra construcción hecha por los manos del hombre.
Así es que, comparando los ancianos el recordado templo de Salomón, con la construcción que se estaba levantando ante sus ojos, su desconsuelo era profundo. Pero, amigo oyente, lo más importante fue que la gloria Shekiná, la presencia de Dios, ya no estaba allí; se había apartado. Esta nueva construcción que se estaba edificando se llamó el templo de Zorobabel, que más tarde fue derribado por el rey Herodes. Herodes construyó un hermoso templo en su lugar, el mismo que Jesucristo visitó en muchas ocasiones. Ese templo nunca fue finalizado, y en año 70 D.C., Tito, con su ejército romano lo destruyó. Sólo quedaron las impresionantes piedras del famoso "Muro de las Lamentaciones", como un recuerdo de aquella grandiosidad. El Señor Jesucristo siempre contempló el Templo como la Casa de Dios, como una sola, y no como tres templos sucesivos.
La casa que el pueblo construyó en los tiempos de Hageo estuvo en la misma línea con la construcción que siglos más tarde encontraría el Señor Jesús y al que visitó muchas veces durante Su ministerio.
Ahora, meditemos por un momento sobre la persona de Jesucristo. Él era la gloria Shekiná de Dios. Él era Dios manifestado en la carne, en su humanidad. De Él Juan dijo: Contemplamos su gloria. Jesucristo entró muchas veces en el templo de Herodes, pero tuvo que limpiarlo porque allí no estaba la Shekiná, la Gloria de Dios.
Dios les dijo a los desanimados constructores del pequeño y humilde templo en los días de Hageo: sí es cierto que este templo es diferente, es sencillo, pero "Yo estoy con vosotros". Más importante que tener un hermoso edificio, es contar con la presencia del Dios. Necesitamos tener una percepción y una visión correcta de lo que es real y verdadero desde la perspectiva de Dios, para saber qué obtendrá Su bendición, y qué carecerá de ella.
Estudio bíblico de Hageo 1:12-2:3
Hageo 1:12-2:3
ya que este libro, aunque sea breve, está muy bien organizado y estructurado. Este hombre, Hageo, era una persona muy organizada. Era un administrador. Era un hombre muy práctico, por cierto. Estaba siempre fuera, al alcance de la gente, ayudando al pueblo a reedificar el templo, animándolos y estimulándolos. Y como hemos visto en los primeros 11 versículos del primer capítulo, Hageo presentó un desafío al pueblo, ya que en primer lugar existía allí una acusación de conflicto de intereses. Ellos habían puesto sus propios intereses egoístas por delante del programa de Dios. Esa fue la razón por la cual no se habían comenzado las obras de reparación del templo. Y ellos estaban dando énfasis a la excusa de que sencillamente no era el tiempo apropiado para reedificar.
Después, Dios les pidió que reconsideraran su camino, es decir, su conducta. En realidad, Dios estaba buscándolos, llamándolos para que meditaran en su forma comportarse y no habían sido debidamente conscientes de ello a causa de que sus corazones se habían endurecido. No se daban cuenta de que estaban por enfrentarse a un juicio de Dios sobre ellos. Pero Dios, en Su misericordia los estaba llamando a la reflexión,
Después, Él les dio el mandamiento de que construyeran el templo. El plan de reconstrucción era relativamente sencillo. Tenían que subir al monte y derribar los árboles y, en segundo lugar, transportar la madera. Y luego, debían proceder a edificar la casa, el templo de Dios. Como vemos, el aspecto logístico de la operación no tenía mayores complicaciones.
Ahora, los resultados de esta magna empresa iban a ser fantásticos. Dios iba a ser complacido y honrado. A partir del momento en que ellos colocaran a Dios en el lugar prioritario de sus vidas, Él iba a ser glorificado. Y, ¿qué iba a suceder? Bueno, hasta ese momento en que decidieron consagrarse a Él, las bendiciones materiales habían sido retenidas. Él profeta les había informado sobre esa realidad de una manera muy clara, porque realmente le habían fallado a Dios, colocando sus propios intereses personales en primer lugar y desentendiéndose del gran proyecto de reconstrucción de la casa de Dios.
Ahora, en el versículo 12 de este capítulo 1, y en los versículos restantes, tenemos la respuesta a ese desafío. En primer lugar, tenemos la construcción del templo en el versículo 12. La gente obedeció. Leamos este versículo:
"Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz del Señor su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado el Señor su Dios; y temió el pueblo delante del Señor."
Ahora, ellos hicieron dos cosas aquí. En primer lugar, obedecieron. Recordemos que en la Biblia se nos ha enseñado que el obedecer es mejor que realizar sacrificios. De ahí, la importancia de la obediencia. Si andamos en luz, como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (como nos dijo el apóstol Juan en su primera carta, 1:7). Nosotros debemos andar en la luz de la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios nos hará sentir humildes, y nos hará ver con claridad nuestras faltas, fracasos y todo aquello que estorbe nuestra relación de comunión y compañerismo con Dios. Muchos de nosotros no necesitamos que esas cosas nos sean demostradas, porque sabemos que están ahí, pero si nos decidimos a solucionar el problema de no estar en una relación cercana a Dios y tratamos con el problema del pecado, entonces podemos descubrir que la sangre de Jesucristo continúa limpiándonos de todo pecado, y entonces podremos restablecer nuestra comunión con Dios.
De modo que, el pueblo de Israel obedeció a Dios; dice aquí: y temió el pueblo delante del Señor. Esa fue la segunda actitud. El principio de la sabiduría es el temor del Señor. (como podemos leer en el libro de los Proverbios. 1:7). Esta gente no sólo creyó a Dios, sino que obedeció a Dios, y también sintieron un temor reverente por Dios. Y entonces recibieron una confirmación de parte de Dios. Leamos el versículo 13:
"Entonces Hageo, enviado del Señor, habló por mandato del Señor al pueblo, diciendo: Yo estoy con vosotros, dice el Señor."
¿Puede uno pedir más que esto, amigo oyente? ¿Algo más que la compañía misma del Señor? Él dice: Yo estoy con vosotros. El Señor Jesucristo nos dijo: He aquí yo estoy con vosotros todos los días. (como podemos leer en el Evangelio de Mateo 28:20). Y esta presencia constante del Señor con nosotros se basa o descansa en la obediencia al mandato Id por todo el mundo y predicad el evangelio. Él no dijo: "Yo estaré con vosotros si permanecéis en una actitud de espera, de indecisión de incredulidad o de apatía". Él nunca dijo que estaría con usted en esas circunstancias. Él dijo que estaría con usted cuando le obedeciera activamente. Esa es la condición para recibir la bendición, amigo oyente. La extraordinaria realidad es que usted y nosotros podemos tener una relación de compañerismo y comunión con Él. Yo estoy con vosotros, dice el Señor. Uno no puede agregar nada más a esa hermosa experiencia. No podemos tener una vivencia mejor para vivir. Ahora, volviendo a la cronología de nuestro relato, lo que sucedió fue que los líderes se dedicaron a la tarea, al trabajo, de una manera muy entusiasta. Leamos lo que dice aquí el versículo 14 de este primer capítulo de Hageo:
"Y despertó el Señor el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron y trabajaron en la casa del Señor de los ejércitos, su Dios"
Es muy importante que tomemos nota de estos detalles significativos referentes al liderazgo de la nación. Tenemos aquí a un líder civil, a Zorobabel el gobernador. Él pertenecía al linaje real. Él era el hijo de Salatiel. Y "Salatiel" era una palabra interesante. Significaba "pedir a Dios en oración". Así es que, detrás de todo este esfuerzo, hubo mucha oración.
Y dice aquí que esta gente vino y trabajó en la casa del Señor de los ejércitos. El Señor de los ejércitos era su Dios. Allí también estaba Josué, el sumo sacerdote, hijo de Josadac, que era el sumo sacerdote en el momento de la invasión Babilónica. Y luego se encontraba el remanente del pueblo. Así fue que todos estaban reunidos allí: los líderes civiles y religiosos, unidos al pueblo para llevar a cabo la obra del Señor.
Y entonces el profeta proclamó su segundo mensaje, y en este versículo 15 encontramos la fecha: dice este versículo:
"En el día veinticuatro del mes sexto, en el segundo año del rey Darío."
O sea que, la fecha era el 24 de septiembre del año 520 antes de Cristo. El primer mensaje, como usted recordará, había sido dado el primero de septiembre del año 520 A.C. Esa fue la fecha cuando Dios les había desafiado, les había retado a esta tarea; y ellos habían respondido a ese desafío, y el 24 de septiembre Hageo entonces, presentó este segundo mensaje. El pueblo ya se había reunido, se había organizado. Ellos iban a comenzar a trabajar; habían comenzado a derribar los árboles, a cortar la madera y estaban procediendo a edificar. Y nos imaginamos que para entonces ya se habían establecido los cimientos, y probablemente ya se estaban levantando algunos elementos de la estructura del templo. Y así llegamos al
Hageo 2
Al continuar nuestro recorrido e iniciar este capítulo 2, vemos que la gente se había desanimado, y que Dios les estaba estimulando. La inferioridad de este segundo templo era tan evidente, al compararlo con el templo de Salomón, que se convirtió en una causa de desaliento. Sin embargo Dios tuvo una respuesta para ello.
Este desaliento por parte del pueblo lo vemos en los primeros 9 versículos de este capítulo. Esto tuvo lugar el 21 de octubre del año 520 A.C. Veamos ahora el desaliento del pueblo y el ánimo y estímulo del Señor, en el tercer mensaje. Leamos el primer versículo del capítulo 2 de Hageo:
"En el mes séptimo, a los veintiún días del mes, vino palabra del Señor por medio del profeta Hageo, diciendo"
Ahora, ellos habían estado trabajando por un mes. Habían pasado unos 24 días organizándose, probablemente colocando los cimientos, y ahora por un mes las obras del templo habían estado realizando progresos, y la construcción estaba siendo edificada. Y entonces, había habido mucho entusiasmo en esta fase del proyecto, pues en todo Dios les había animado. Dios les había dicho: Yo estoy con vosotros. (Hageo 1:13).
Pero después llegamos al segundo punto de desánimo. Y escuchemos lo que Dios les dijo en el versículo 2:
"Habla ahora a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y al resto del pueblo, diciendo:"
Este mensaje fue dirigido al mismo grupo de gente que Dios había animado en el primer capítulo, a los líderes y la misma gente. Llegamos ahora al segundo obstáculo que tuvo que sortear Hageo como profeta. Usted debe recordar que durante todo ese tiempo, Zacarías estaba profetizando junto a él. Pero eso lo vamos a ver cuando estudiemos el siguiente profeta. Aquí tenemos ahora el problema, en el versículo 3 de este capítulo 2 de Hageo, donde leemos:
"¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?"
Lo que estaba sucediendo era lo siguiente: muchos de aquellos que habían regresado de la cautividad de Babilonia recordaban la belleza y la riqueza del templo de Salomón. Entonces, en comparación con este pequeño templo que ellos estaban levantando, éste parecía poco más que una pequeña estructura, una sala de dimensiones reducidas cuando se le comparaba con la riqueza y amplitud que tenía el templo de Salomón. Aquel era un templo muy adornado. Era muy rico en todos los detalles de su arquitectura y ornamentación. Prácticamente, no había ningún punto de comparación entre este segundo templo y el otro que había sido erigido por Salomón.
Ahora, debemos tener en cuenta que el templo de Salomón no había sido, en realidad, un templo grande en tamaño. Lo que mucha gente del pueblo recordaba de aquel primer templo era su buen gusto, belleza y riqueza. Sus adornos, obras de arte, joyas, y el oro y la plata que el rey Salomón había acumulado en él. Y al hablar de lo que debe haber costado, uno puede calcular una cantidad que oscila entre cinco y veinte millones de dólares. Ahora, sabemos por cierto que para aquel día, aquella suma representaba muchísima riqueza. Ese templo era como una caja de joyas. Era algo incomparablemente hermoso.
Recordemos la fecha en que este templo estaba siendo edificado, y la fecha que el profeta le dio a este mensaje. Tuvo lugar en el mes séptimo, a los 21 días del mes. Eso es muy interesante. Si usted se fija en esa fecha y observa lo que dice el capítulo 23 del libro de Levítico y lee allí sobre los días de fiesta, descubrirá que esta fecha era el séptimo día de la fiesta de los tabernáculos, o sea, la fiesta final de la reunión para los judíos. Pensamos nosotros que la gente estaba tratando de concluir la edificación del templo, o por lo menos avanzar en su construcción tanto como les fuera posible para poder utilizarlo para la celebración de la fiesta de los tabernáculos. Y cuando muchos de los ancianos de esa época llegaron, y pudieron contemplar este edificio cuando había sido ya terminado, comprobaron que no había quedado tan adornado como el de Salomón. Había allí una ausencia de joyas y de oro y de plata. Eso lo vamos a ver en este capítulo más adelante. Le faltaba pues, toda esa belleza, y toda esa riqueza que caracterizaba al templo de Salomón.
De modo que, cuando esta gente llegó allí, aparentemente para celebrar la fiesta de los tabernáculos, solamente pudo ver una construcción que había sido levantada rápidamente para poder ser utilizada en esa ocasión. Y todos podemos darnos cuenta de que cualquier edificio, antes de quedar totalmente finalizado no presenta un aspecto demasiado atractivo, es decir, que no causa una buena impresión. Y menos aún, si se trata de un templo. Uno debe esperar hasta que el constructor finalice todo los detalles para poder apreciarlo. Y este edificio no había sido finalizado. Y en realidad, como ya hemos anticipado, no había ninguna comparación entre este edificio y el templo de Salomón. Así es que se produjo allí una reacción un poco mezclada entre la gente, una explosión de emociones conflictivas. Hubo allí una mezcla de júbilo y llanto. Veamos lo que nos dice el libro de Esdras en relación a lo que ocurrió entonces. Creemos que la lectura de algunos versículos allí aclararán lo que tenemos ante nosotros, y nos ayudará mucho a comprender el ambiente que se formó allí. Si usted tiene su Biblia a mano, busque en el capítulo 3 de Esdras, versículos 8 al 11, y allí leemos: En el año segundo de su venida a la casa de Dios en Jerusalén, en el mes segundo, comenzaron Zorobabel hijo de Salatiel, Jesúa hijo de Josadac y los otros sus hermanos, los sacerdotes y los levitas, y todos los que habían venido de la cautividad a Jerusalén; y pusieron a los levitas de veinte años arriba para que activasen la obra de la casa del Señor. Jesúa también, sus hijos y sus hermanos, Cadmiel y sus hijos, hijos de Judá, como un solo hombre asistían para activar a los que hacían la obra en la casa de Dios, junto con los hijos de Henadad, sus hijos y sus hermanos, levitas. Y cuando los albañiles del templo del Señor echaban los cimientos, pusieron a los sacerdotes vestidos de sus ropas y con trompetas, y a los levitas hijos de Asaf con címbalos, para que alabasen al Señor, según la ordenanza de David rey de Israel. Y cantaban, alabando y dando gracias al Señor, y diciendo: Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando al Señor porque se echaban los cimientos de la casa del Señor.
Ahora, usted puede apreciar que ellos tenían algo que celebrar. Solamente eran los cimientos, y quizá algunas maderas para ayudar a la construcción de las paredes. Pero los versículos 12 y 13 de este mismo capítulo 3 de Esdras, dicen: Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos.
Pues bien, entre esas exclamaciones de júbilo, había también otra cosa. Había llanto y clamor, porque había aquellos que estaban haciendo una comparación entre los dos templos y no podían evitar el recordar las imágenes de grandiosidad y magnificencia del pasado grabadas en sus mentes.
Muchas veces nos ocurre lo mismo al recordar eventos de otras épocas pasadas, que conservamos atesorados en nuestra memoria. Y es entonces cuando lo que vemos en el presente a nuestro alrededor, nos parece pálido, sin brillo y es precisamente en esos momentos en que nos viene a la mente la famosa máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba que la primera iglesia en la cual él trabajó como Pastor, estaba situada en el estado de Georgia en los Estados Unidos. Decía que era una pequeña iglesia blanca, y se encontraba situada en un monte. Y decía él que cuando se ocupaba de las labores del pastorado como Pastor estudiante, tuvo unas reuniones en el verano y entonces predicó una serie de mensajes evangelísticos basados en el libro de Apocalipsis. Decía que no lo ha podido hacer desde entonces, pero lo hizo en esa ocasión, y Dios le bendijo. Muchos jóvenes fueron salvados entonces. Y en la última reunión, un domingo por la noche, en el calor del atardecer, decía él, se sentó a la entrada de la iglesia, y estaba allí conversando con los demás jóvenes, de lo maravilloso que había sido poder reunirse todos esos días, en un ambiente tan inspirador por su silencio y por el encanto del paisaje. Pero allí había también un hombre de avanzada edad, y este hombre introdujo la nota discordante al decir: "Ustedes piensan que han tenido una buena reunión aquí, ¿verdad? Bueno, yo recuerdo en aquello días . . " Y así empezó a rememorar tiempos de su propio pasado que, a su entender, habían sido mejores, con reuniones más concurridas, en un ambiente más acogedor. Como era de esperar, a partir de ese momento, el ambiente de la reunión comenzó a decaer y esa sola persona consiguió crear el desánimo y empañar el ambiente de aquel encuentro entre jóvenes que, hasta ese momento, había sido una hermosa reunión.
Estudio bíblico de Hageo 1:9-15
Hageo 1:9 - 12
Es un libro que incita y empuja a la acción, más que a la contemplación. Podemos observar que las circunstancias que el profeta relató en estas páginas, nos demuestran que nuestra vida muchas veces se complica, porque no enfrentamos los problemas como deberíamos. Este pequeño libro, que sólo consta de dos capítulos, es muy realista y eminentemente práctico, y nos pone los pies sobre la tierra. El profeta Hageo, por orden de Dios, y guiado por el Espíritu Santo, analizó los problemas que el pueblo israelita estaba padeciendo. Con la ayuda de Dios habían regresado de una larga cautividad, pero no estaban aprovechando su recién estrenada libertad, cumpliendo sus promesas hechas a Dios, sino que estaban actuando en provecho propio. Ésta es la situación que el profeta estaba denunciando, pero al mismo tiempo, también le comunicaba al pueblo que Dios no era indiferente, sino que esperaba que cambiaran su actitud, y recapacitaran.
Finalizábamos nuestro último programa preguntándonos si estábamos seguros de encontrarnos en el camino correcto, en el camino que Dios había diseñado para nuestra vida. También hablamos de que Dios está siempre "en acción", y que Dios espera que Sus hijos no sean perezosos, buscando sólo su propio bienestar. Dios trabaja, y espera que Sus hijos hagan lo mismo.
Ahora, hemos visto en primer lugar que en este libro de Hageo se presentó un desafío, un reto de parte de Dios para su pueblo; eso lo encontramos en los primeros 11 versículos. Ellos, el pueblo israelita, recién liberado, habían regresado a su tierra, que estaba devastada y sus casas destruidas. El pueblo disfrutaba de su libertad y el comienzo de una vida estable, y ese bienestar llevó a la gente a edificar y embellecer sus casas. El pueblo se estaba auto-engañando pensando que esa era la voluntad de Dios para sus vidas. Pero, la verdadera razón por la cual no habían comenzado a construir el templo era en realidad que esa tarea implicaba un esfuerzo añadido, que iba a costarles trabajo y tiempo. Su gran excusa se resumió en las siguientes palabras no ha llegado aún el tiempo para reedificar la casa del Señor. No es aún la voluntad del Señor hacer eso".
Dios, por medio de Hageo les dijo que dejaran de ser tan perezosos, que se levantaran y comenzaran a trabajar. Hageo les hizo saber que Dios los estaba juzgando; que sus quejas sobre las malas cosechas y las nefastas consecuencias de hambre y escasez no eran una casualidad; les dijo claramente que se habían apartado de la voluntad de Dios y que Dios estaba molesto y contristado por su comportamiento egoísta. Dios deseaba despertarles de su letargo, de su pereza e indolencia, y esa era la verdadera causa de los males que estaban padeciendo.
Hageo, como tantos otros profetas, fue un instrumento que Dios usó para mover y conmover a Su pueblo. Ese tipo de mensaje no podía ser del agrado de todos, pero era necesario que alguien los inquietara y les hiciera reflexionar. Por ello, con mucha paciencia Dios les dijo, a través de Hageo: "meditad muy bien vuestros caminos, es hora de levantarse del sueño complaciente; es hora de poner manos a la obra y comenzar a edificar mi casa, el templo que me habéis prometido".
En nuestro programa anterior estudiamos las tres acciones que Dios esperaba que comenzaran a realizar, y que se detallan en el versículo 4: Subid al monte y traed madera. Como los troncos de los árboles no iban a rodar por la ladera de la montaña por si solos, monte abajo; ellos tenían que hacer el esfuerzo de subir a la montaña, cortar los trancos, preparar las maderas, y bajarlas al lugar donde se iba a construir el templo de Dios.
Es cierto que Dios es el mismo hoy, como lo fue hace siglos, en el principio de los tiempos, y lo será mañana y en los tiempos venideros. Su poder no ha variado, ni menguado, Él es el mismo. Él tiene poder para obrar milagros, pero no es la manera más frecuente en la que Dios se manifiesta a las personas. Aquí, en este caso, como en muchos otros, Dios podría haberles facilitado la labor, pero no lo hizo. Dios les dijo: Subid al monte, y traed madera. No hay ninguna clase de atajos que podamos tomar para eludir la responsabilidad que como hijos de Dios tenemos.
Uno de los motivos por el cual los cristianos no tienen mayor victoria en su vida personal, y fracasan en su crecimiento espiritual, es la pereza. La pereza y la indolencia nos paralizan, nos vuelve cómodos, conformistas y perezosos. No creemos que el Espíritu Santo pueda bendecir a un creyente perezoso.
En cierta ocasión, un estudiante le comentó a su profesor: "Doctor, este libro que usted me dio para leer es un verdadero fuego". El profesor le miró fijamente y le respondió: "Bueno, lo que usted tiene que hacer es apagarlo con el sudor de su frente". Y así es como hay que hacer las cosas. No podemos esperar que la vida cristiana nos la ofrezcan en una bandeja. Hay que trabajarla todos los días, para no quedarnos estancados en nuestra experiencia espiritual. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa. Ese era el motivo, la razón, y el sentir de Dios. El pueblo vivía en un conflicto de intereses, al invertir las prioridades, es decir, al construir sus propias casas, en primer lugar, y cuando estuvieran listas, quizá habrían pensado en cumplir con su promesa a Dios en edificarle también a Él, Su casa, el Templo soñado en la cautividad. Ahora, alguien pudiera quizá pensar: " Bueno, si la casa de Dios, la obra de Dios, debe ser lo primero, ¿acaso no es también importante considerar la casa de un hombre?" Sí, amigo oyente, claro que así es, pero todo se reduce a las prioridades que tenemos en nuestra vida.
De modo que, Dios les llamó la atención para que meditaran. Luego le dio al pueblo un mandamiento; les dijo que quería que fueran a trabajar. Y aquí tenemos lo que el Doctor Frank Morgan ha calificado, primeramente, como un "llamado a la mente". El profeta les hizo una observación muy concreta: "¿Decís que no ha llegado el tiempo de edificar la casa del Señor? Quiero que penséis en este argumento, porque todos vosotros estáis viviendo en casas muy buenas". Es un pensamiento que la mente puede evaluar, por eso se le calificó como "un llamado a la mente". En segundo lugar, fue un llamado para "meditar". Este era un llamado al corazón. Cuando les dijo: Meditad bien sobre vuestros caminos. Este era el reto, el desafío que Dios puso delante de Su pueblo.
A continuación les dio un mandamiento, y un mandamiento es un llamado a "la voluntad". Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa. Tan sencillo, y tan importante. Simplemente hay que arremangarse y ponerse a trabajar por Dios en el presente. Hay tantas personas que están sentadas en las gradas observando la acción que ocurre en el campo del juego. A eso se le llama "el deporte de los espectadores". Si usted es miembro de alguna iglesia, no se conforme con mirar desde fuera la acción que desde dentro se desarrolla. Involúcrese, colabore, arrime el hombro, póngase a disposición de los responsables en el ministerio.
El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee relató que cuando él comenzó su tarea ministerial como pastor, por primera vez, al animar a los miembros de su iglesia a involucrarse en una tarea nueva, se le acercó un diácono de la iglesia. Este hombre le dijo: "Vernon, yo no puedo orar en público. No sé por qué, pero no puedo hacerlo. En realidad ni siquiera puedo hablar en público. Así es que nunca me pidas a mí que yo me levante a hablar o a orar. Eso me causaría mucha vergüenza y te crearía a ti una situación embarazosa. Sencillamente no puedo hacerlo. No puedo superar ese problema de timidez". Con lágrimas continuó: "En cualquier oportunidad que haya necesidad de hacer algo aquí en la iglesia, ya sea el cambiar una bombilla fundida, o colocar un techo nuevo, en general, cualquier cosa que sea necesaria, yo la haré con mucho gusto". Este hombre era el capataz en una empresa muy grande, y estaba a cargo del mantenimiento del equipo de la misma. A partir de ese momento, si fallaba alguna cosa, se le llamaba a este hombre para que lo arreglara. El Dr. McGee decía, que él aprendió que este hombre era una persona muy valiosa para la iglesia. Era como el profeta Hageo, alguien que sencillamente realizaba la tarea, la labor que era necesaria. Cuando llegaban visitas a esa iglesia y se admiraban de lo hermoso y cuidado que estaba todo, el Dr. McGee les comentaba que todo se encontraba en perfecto estado, porque entre la membresía había un hombre que no podía orar en público, pero que tenía otros dones importantes. Es que se necesitan menos espectadores y más colaboradores; la obra de Dios necesita personas que se arremanguen, y se pongan a trabajar.
En realidad, estimado oyente, el libro del profeta Hageo es sumamente sencillo. Continuamos con el siguiente versículo. Leamos entonces el versículo 9 de este capítulo 1 de Hageo:
"Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice el Señor de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa."
El pueblo recibió esta amonestación, esta reprimenda de Dios a través de su portavoz, el profeta Hageo. Dios les reprochó que todos habían estado tan ocupados construyendo su propia casa, cuidando de su propiedad, que habían dejado a un lado todos los temas relacionados con Dios. El pueblo se preguntaba por qué le estaba sucediendo tantos contratiempos, y muchas calamidades. Ellos estaban convencidos que sólo eran "circunstancias adversas". Habían tenido un año malo para la cosecha. Después sufrieron una severa sequía. Pero, Dios les informó que era Él quien estaba causándoles esos problemas. ¿Pero por qué quería Dios que sufrieran hambre, sed y todo tipo de necesidades? Dios les respondió esa pregunta, cuando dijo: Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre hacia su propia casa. Esa era la razón; ese era el motivo.
El Señor Jesucristo declaró este gran principio, que es un principio para todas las personas de cualquier época, de cualquier lugar, de cualquier edad. Y es sencillamente este: que cuando Dios es colocado en el primer lugar, que es Su lugar, entonces todas las demás cosas se cuidarán a sí mismas. El Señor Jesucristo dijo: Buscad primeramente el reino de Dios, y su justicia, (o sea, la justicia que está en Cristo), y todas estas cosas os serán añadidas. (Mateo 6:33). ¡Qué mensaje profundo y esperanzador! El versículo 10 de este primer capítulo de Hageo continúa diciendo:
"Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos."
Era una cadena de consecuencias: cuando no había lluvia, no podía haber cosecha. El trigo y la cebada no crecían, y las viñas tampoco producían su fruto. Dios decidió que iba a detener las lluvias, y no les dio el agua necesaria para las esperadas cosechas.
En el día de hoy, en el siglo 21, no interpretamos la vida de esa manera, porque vivimos en una sociedad mecanizada, vivimos en la era electrónica. El clima ya no es un factor tan determinante. Y el problema en el presente tiene que ver más con el correcto funcionamiento de una máquina, ya sea un satélite, un ordenador o un microchip, y aun así, muchos problemas surgen por un fallo humano, y no de un artilugio mecánico. Hoy en día, como antaño, también se invierten las prioridades, y muchas cosas ocupan el sitio que solamente le pertenece a Dios. Pero sí nos acordamos de Dios cuando necesitamos acusar o echarle la culpa a alguien de nuestros problemas. Creemos que Dios muchas veces quisiera atravesar esa barrera que existe para decirnos: "¿Se os ha ocurrido alguna vez que detrás de todos estos problemas que estáis teniendo en el presente, estoy Yo? ¿No sabéis que Yo soy Aquel que está tratando de llamarlos la atención, para que quitéis las cosas que ocupan Mi lugar en vuestro corazón y mente?" Tener las prioridades claras es de suma importancia. Dios no se conforma con el segundo o tercer lugar, Él es el Primero y el Único. Continuamos con el versículo 11 en donde el Señor asumió todas las circunstancias como provocadas por Él mismo. Hageo, como portavoz de Dios escribió:
"Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de manos."
Dios les informó que todas esas cosas les habían sucedido, por Su voluntad; que todas las bendiciones materiales habían sido detenidas, porque Él determinó que se detuvieran. Dios se hizo responsable. Él fue el causante de sus males, y así se lo confirmó al profeta. Nosotros, los humanos, tenemos la tendencia de echarle la culpa siempre a otras personas, a las que están a cargo de la economía, la banca, la política, o a las leyes injustas y obsoletas. Estimado amigo oyente, creemos que todos pudieran ser culpables, pero ¿se le ha ocurrido alguna vez, que quizá usted también es culpable? Estamos acusando a los hombres, y a las máquinas, por las condiciones que prevalecen en el mundo actual. ¿Sabe usted por qué existen estas condiciones en el mundo? Sencillamente porque Dios quiso y permitió que sucedieran. Usted puede acusar a Dios, si quiere, y podría estar acertado. ¿Quiere acusarle a Él? Dios mismo dice que Él es el responsable último. Le vamos a decir a usted por qué. Él dice que nosotros somos culpables de negligencia hacía Él. Amigo oyente, la solución de nuestros problemas es bastante sencilla, pero a la vez también es muy complicada. Nosotros pensamos que si implantamos algún método nuevo, o alguna máquina nueva, o algún hombre nuevo, las cosas van a mejorar. Y entonces, seremos capaces para poder resolver todos nuestros problemas. Amigo oyente, ¿por qué no reconocemos que este es nuestro problema? ¿Qué es lo que lo ha causado, y cómo puede ser resuelto? La respuesta es muy sencilla, y muy común.
Leamos primero el versículo 12, y cuando veamos lo que se nos quiere decir en este versículo, sabremos la respuesta al desafío que Dios le había dado a esta gente. Este versículo 12 nos habla sobre la construcción del templo. La gente, el pueblo, aceptó las amonestaciones, y obedeció; más tarde, en los versículos 13 y 14, leeremos la confirmación de parte de Dios. Veamos este versículo 12:
"Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz del Señor su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado el Señor su Dios; y temió el pueblo delante del Señor."
Lo que aquí se explicó en este versículo 12 es que oyeron la voz de Dios los líderes del pueblo. Es cierto que la mayoría de las naciones no han tenido ni tienen personas en las altas esferas gubernamentales que conozcan realmente a Dios, que le consulten en las grandes decisiones que deban tomar, y que sean guiadas por Dios. Sería tan beneficioso para toda nación y país que tuvieran a un mandatario temeroso de Dios, que buscara la sabiduría necesaria de lo Alto, desde el Trono del Dios. Aquí, en nuestro pasaje leemos que Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, y todo el pueblo escuchó lo que Hageo les comunicaba de parte de Dios. Todo el pueblo se arrepintió, regresó a Dios, y todos obedecieron a Dios. ¡Qué emocionante debe haber sido para el profeta Hageo, y sobre todo, para Dios mismo, ver que las amonestaciones, habían tocado el corazón y el espíritu de todo el pueblo! Y cuando todo el pueblo regresó, arrepentido y en disposición de obedecer a Dios, entonces vino sobre ellos la bendición de Dios. Se abrieron las puertas de los Cielos y las bendiciones se derramaron sobre ellos en gran abundancia. Notemos lo que dijo Hageo en la segunda parte de este versículo 12:
"La voz del Señor su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado el Señor su Dios; y temió el pueblo delante del Señor."
Ahora, este mensaje fue dado después del primer mensaje que vimos en un programa anterior; así que, en realidad, encontramos aquí el segundo mensaje del profeta Hageo. Como ya hemos mencionado anteriormente, hay cinco mensajes en este libro que tienen fechas muy exactas. Si observamos lo que dice el versículo 15, o sea, el último versículo de este capítulo 1, podemos descubrir la fecha precisa. Dice el versículo 15:
"En el día veinticuatro del mes sexto, en el segundo año del rey Darío."
Así es que aquí tenemos un mensaje que fue dado el 24 de septiembre del año 520 A.C. El primer mensaje fue proclamado el primero de septiembre. Tan sólo 24 días más tarde, el pueblo escuchó el segundo mensaje. En ese corto lapso de tiempo, el pueblo respondió, meditó, se arrepintió y comenzó a actuar en consecuencia. Ahora todo el pueblo cambió de actitud y decidieron, en un acto de voluntad, obedecer a Dios. Comenzaron los planes, organizaron un programa para bajar la madera del monte, y se prepararon para edificar el templo, la casa de Dios. Todo este relato ocurrió en sólo 24 días. Hageo fue un hombre práctico, y de acción. Fue un hombre que pudo inspirar y convencer a la gente. Fue un líder, un instrumento muy útil en las manos de Dios. Hageo fue obediente en dar el mensaje de Dios, aunque ese no fuese muy popular. Y Dios pudo usar a Hageo.
El libro del profeta es un gran libro, pero a causa de lo limitado de nuestro tiempo, vamos a detenernos aquí.
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